EL CULTO DE MARÍA EN LA IGLESIA

FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS DEL CULTO A MARÍA

60 Acabo de exponer brevemente que la devoción a la Santísima Virgen nos es necesaria. Es preciso decir ahora en qué consiste. Lo haré, Dios mediante, después de clarificar algunas verdades fundamentales que iluminarán la maravillosa y sólida devoción que quiero dar a conocer.

JESUCRISTO, FIN ÚLTIMO DEL CULTO A MARÍA

61 Primera verdad. El fin último de toda devoción debe ser Jesucristo, Salvador del mundo, verdadero Dios y verdadero hombre. De lo contrario, tendríamos una devoción falsa y engañosa.

Jesucristo es el alfa y la omega, el principio y el fin (Ap 1,8;21,6) de todas las cosas. La meta de nuestro ministerio – escribe San Pablo- es construir el cuerpo de Cristo; hasta que todos, sin excepción, alcancemos la edad …adulta… (Ef 4,13).

51 El mensaje del P. DE MONTFORT es auténticamente cristocéntrico. Quien quiera convencerse de ello y ver en extenso los fundamentos de su doctrina mariana puede leer y meditar su libro “El Amor de la Sabiduría Eterna” (ASE). La devoción mariana aparece allí (No 203ss) como el cuarto y más eficaz medio para alcanzar la Sabiduría, Jesucristo. (ver también las fórmulas de consagración, vgr. ASE 223).

Efectivamente, sólo en Cristo habita realmente la plenitud total de la divinidad (Col 2,9) y todas las demás plenitudes de gracia, virtud y perfección. Sólo en Cristo hemos sido bendecidos con toda bendición del Espíritu (Ef 1,3).

Porque El es el único Maestro que debe enseñarnos, el único Señor de quien debemos depender,
la única Cabeza a la que debemos estar unidos, el único Modelo a quien debemos asemejarnos, el único Médico que debe curarnos,
el único Pastor que debe apacentarnos,
el único Camino que debe conducirnos,
la única Verdad que debemos creer,
la única Vida que debe vivificarnos
y el único Todo que en todo debe bastarnos.

Bajo el cielo, no tenemos los hombres otro diferente de él al que debamos invocar para salvarnos (Hech 4,12).

Dios no nos ha dado otro fundamento de salvación, perfección y gloria que Jesucristo. Todo edificio que no esté construido sobre esta roca firme, se apoya en arena movediza, y se derrumbará infaliblemente tarde o temprano.

Quien no esté unido a Cristo como el sarmiento a la vid, caerá, se secará y lo echarán al fuego (ver Jn 15,6). En cambio, si permanecemos en Jesucristo, y Jesucristo en nosotros, no pesa ya sobre nosotros condenación alguna: ni los ángeles del cielo, ni los hombres de la tierra, ni los demonios del infierno, ni creatura alguna podrá hacernos daño, porque nadie podrá separarnos de la caridad de Dios presente en Cristo Jesús (ver Rom 8,39).

Por Jesucristo, con Jesucristo, en Jesucristo lo podemos todo: tributar al Padre en la unidad del Espíritu Santo todo honor y gloria; hacernos perfectos y ser olor de vida eterna para nuestro prójimo.

62 Por tanto, si establecemos la sólida devoción a la Santísima Virgen, es sólo para establecer más perfectamente la de Jesucristo y ofrecer un medio fácil y seguro para encontrar al Señor. Si la devoción a la Santísima Virgen apartase de Jesucristo, habría que rechazarla como ilusión diabólica. Pero – como ya lo he demostrado e insistiré en ello más adelante54 , sucede todo lo contrario. Esta devoción nos es necesaria para hallar perfectamente a Jesucristo, amarlo con ternura y servirlo con fidelidad.

63 Me dirijo a ti por un momento, amabilísimo Jesús mío, para quejarme amorosamente ante tu divina Majestad de que la mayor parte de los cristianos, aun los más instruidos, ignoran la unión necesaria que existe entre ti y tu Madre santísima. Tú, Señor, estás siempre con María, y María está siempre contigo y no puede existir sin ti; de lo contrario, dejaría de ser lo que es. María está de tal manera transfor- mada en ti por la gracia, que Ella ya no vive ni es nada; sólo tú, Jesús mío, vives y reinas en Ella más perfectamente que en todos los ángeles y santos.

¡Ah! ¡Si se conociera la gloria y el amor que recibes en esta creatura admirable, se tendrían hacia ti y hacia Ella senti- mientos muy diferentes de los que ahora se tienen! Ella se halla tan íntimamente unida a ti, que sería más fácil separar la luz del sol, el calor del fuego; más aún, sería más fácil separar de ti a todos los ángeles y santos que a la divina María, porque Ella te ama más ardientemente y te glorifica con mayor perfección que todas las demás creaturas juntas.

64 ¿No será, pues, extraño y lamentable, amable Maestro mío, el ver la ignorancia y oscuridad de todos los hombres respecto a tu santísima Madre? No hablo tanto de los idólatras y paganos: no conociéndote a ti, tampoco a Ella la conocen. Tampoco hablo de los herejes y cismáticos: separados de ti y de tu Iglesia, no se preocupan de ser devotos de tu Madre. Hablo, sí, de los católicos, y aun de los doctores entre los católicos; ellos hacen profesión de enseñar a otros la verdad, pero no te conocen ni a ti ni a tu Madre santísima sino de manera especulativa, árida, estéril e indiferente. Estos caballeros hablan sólo rara vez de tu santísima Madre y del culto que se le debe. Tienen miedo, según dicen, a que se deslice algún abuso y se te haga injuria al honrarla a Ella demasiado. Si ven u oyen a algún devoto de María hablar con frecuencia de la devoción hacia esta Madre amantísima, con acento filial, eficaz y persuasivo, como de un medio sólido y sin ilusiones, de un camino corto y sin peligros, de una senda inmaculada y sin imperfecciones y de un secreto maravilloso para encontrarte y amarte debidamente, gritan en seguida contra él, esgrimiendo mil argumentos falsos para probarle que no hay que hablar tanto de la Virgen, que hay grandes abusos en esta devoción y es preciso dedicarse a destruirlos, que es mejor hablar de ti en vez de llevar a las gentes a la devoción a la Santísima Virgen, a quien ya aman lo suficiente.

Si alguna vez se les oye hablar de la devoción a tu santísima Madre, no es, sin embargo, para fundamentarla o inculcarla, sino para destruir sus posibles abusos. Mientras carecen de piedad y devoción tierna para contigo, porque no la tienen para con María. Consideran el rosario, el escapulario, la corona (cinco misterios), como devociones propias de mujercillas y personas ignorantes, que poco importan para la salvación. De suerte que, si cae en sus manos algún devoto de la Santísima Virgen que reza el rosario o practica

55 El P. DE MONTFORT gusta mucho del término “secreto” y le da sentidos diferentes. Es: a) la excelencia y perfección de la Madre de Dios son un secreto, sólo Dios la conoce perfectamente y sólo El puede comunicar a otros ese conoci- miento; b) el puesto y oficio de María en la obra redentora y su fuerza para orientar hacia la vida trinitaria el peregrinar del cristiano, son un secreto, por- que no se conocen suficientemente; c) la vida mariana, que él propone, es un poderoso medio de santidad, un secreto de santidad alguna devoción en su honor, no tardan en cambiarle el espíritu y el corazón, y le aconsejan que, en lugar del rosario, rece los siete salmos penitenciales, y, en vez de la devoción a la Santísima Virgen, le exhortan a la devoción a Jesucristo.

¡Jesús mío amabilísimo! ¿Tienen éstos tu espíritu? ¿Te es grata su conducta? ¿Te agrada quien, por temor a desagra- darte, no se esfuerza por honrar a tu Madre? ¿Es la devoción a tu santísima Madre obstáculo a la tuya? ¿Forma Ella bando aparte? ¿Es, por ventura, una extraña, que nada tiene que ver contigo? ¿Quien le agrada a Ella, te desagrada a ti? Consagrarse a Ella y amarla, ¿será separarse o alejarse de ti?

65 ¡Maestro amabilísimo! Sin embargo, si cuanto acabo de decir fuera verdad, la mayoría de los sabios -justo castigo de su soberbia- no se alejarían más que ahora de la devoción a tu santísima Madre ni mostrarían para con Ella mayor indiferencia de la que ostentan.

¡Guárdame, Señor! ¡Guárdame de sus sentimientos y de su conducta! Dame participar en los sentimientos de gratitud, estima, respeto y amor que tienes para con tu santísima Madre, a fin de que pueda amarte y glorificarte tanto más perfectamente cuanto más te imite y siga de cerca.

66 Y, como si no hubiera dicho nada en honor de tu santísima Madre, concédeme la gracia de alabarla dignamente, a pesar de todos sus enemigos -que son los tuyos-, y gritarles a voz en cuello con todos los santos: “No espere alcanzar misericordia de Dios quien ofenda a su Madre bendita”.

67 Para alcanzar de tu misericordia una verdadera devoción hacia tu santísima Madre y difundir esta devoción por toda la tierra, concédeme amarte ardientemente, y acepta para ello la súplica inflamada que te dirijo con San Agustín y tus verdaderos amigos.

Tú eres, ¡oh Cristo!,
mi Padre santo, mi Dios misericordioso,
mi rey poderoso, mi buen pastor,
mi único maestro, mi mejor ayuda,
mi amado hermosísimo, mi pan vivo,
mi sacerdote por la eternidad,
mi guía hacia la patria,
mi luz verdadera, mi dulzura santa,
mi camino recto, mi Sabiduría preclara,
mi humilde simplicidad, mi concordia pacífica, mi protección total, mi rica heredad,
mi salvación eterna…
¡Cristo Jesús, Señor amabilísimo!
¿Por qué habré deseado durante la vida algo fuera de ti, mi Jesús y mi Dios? ¿Dónde me hallaba cuando no pensaba en ti? Anhelos todos de mi corazón, inflámense y desbórdense desde ahora hacia el Señor Jesús;
corran que mucho se han retrasado; apresúrense hacia la meta,
busquen al que buscan.
¡Oh Jesús! ¡Anatema el que no te ama! ¡Rebose de amargura quien no te quiera! ¡Dulce Jesús!
¡Que todo buen corazón dispuesto a la alabanza te ame, se deleite en ti,
se admire ante ti!
¡Dios de mi corazón!
¡Herencia mía, Cristo Jesús!
Vive, Señor, en mi;
enciéndase en mi pecho
la viva llama de tu amor,
acrézcase en incendio;
arda siempre en el altar de mi corazón, queme en mis entrañas,

incendie lo íntimo de mi alma,
y que en el día de mi muerte comparezca yo del todo perfecto en tu presencia. Amén57 .

He querido transcribir esta maravillosa plegaria de San Agustín para que, repitiéndola todos los días, pidas el amor de Jesucristo, ese amor que estamos buscando por medio de la excelsa María.

PERTENECEMOS A JESÚS Y A MARÍA

68 Segunda verdad. De lo que Jesucristo es para nosotros, debemos concluir, con el Apóstol (1Cor 3,23; 6,19-20; 12,27), que ya no nos pertenecemos a nosotros mismos, sino que somos totalmente suyos, como sus miembros y esclavos, comprados con el precio infinito de toda su sangre (1Pe 1,19).

Efectivamente, antes del Bautismo pertenecíamos al demonio como esclavos suyos. El Bautismo nos ha convertido en verdaderos esclavos de Jesucristo58 , que no debemos ya vivir, trabajar ni morir sino a fin de fructificar para este Dios-Hombre (Rom 7,4), glorificarlo en nuestro cuerpo y hacerlo reinar en nuestra alma, porque somos su conquista, su pueblo adquirido y su propia herencia (1Pe 2,9). Por la misma razón, el Espíritu Santo nos compara a: 1°. árboles plantados junto a la corriente de las aguas de la gracia, en el campo de la Iglesia, que deben dar fruto en tiempo oportuno (Sal 1,3); 2°. los sarmientos de una vid, cuya cepa es Cristo, y que deben producir sabrosas uvas (Jn 15,5); 3°. un rebaño, cuyo pastor es Jesucristo, y que debe multiplicarse y producir leche (Jn 10,1ss); 4°. una tierra fértil, cuyo agricultor es Dios, y en la cual se multiplica la semilla, y produce el treinta, el sesenta, el ciento por uno (Mt 13,3.8). Por otra parte, Jesucristo maldijo a la higuera infructuosa (Mt 21,19) y condenó al siervo inútil, que no hizo fructificar su talento (Mt 25,24-30).

Todo esto nos demuestra que Jesucristo quiere recoger algún fruto de nuestras pobres personas, a saber, nuestras buenas obras, porque éstas le pertenecen exclusivamente: creados, mediante Cristo Jesús, para hacer el bien (Ef 2,10). Estas palabras del Espíritu Santo demuestran que Jesucristo es el único principio y debe ser también el único fin de nuestras buenas obras, y que debemos servirle no sólo como asalariados, sino como esclavos de amor. Me explico.

69 Hay, en este mundo, dos modos de pertenecer a otro y depender de su autoridad: el simple servicio y la esclavitud. De donde proceden los apelativos de criado y esclavo.

Por el servicio, común entre los cristianos, uno se compro- mete a servir a otro durante cierto tiempo y por determi- nado salario o retribución. Por la esclavitud, en cambio, uno depende de otro enteramente, por toda la vida, y debe servir al amo sin pretender salario ni recompensa alguna, como si fuera uno de sus animales, sobre los que tiene derecho de vida y muerte.

70 Hay tres clases de esclavitud: natural, forzada y voluntaria.

Todas las creaturas son esclavas de Dios según el primer modo: Del Señor es la tierra y cuanto la llena (Sal 24 [23],1). Conforme al segundo, lo son los demonios y condenados. Según el tercero, los justos y los santos.

La esclavitud voluntaria es la más perfecta y gloriosa para Dios, que escruta el corazón (1Sam 16,7), nos lo pide para sí y se llama Dios del corazón (Sal 73 [72],26) o de la voluntad amorosa. Efectivamente, por esta esclavitud voluntariamente asumida-, optas por Dios y por su servicio, sin que importe todo lo demás, aunque no estuvieses obligado a ello por naturaleza.

71 Hay una diferencia total entre criado y esclavo59 :

  1. El criado no entrega a su patrón todo lo que es, todo lo que posee ni todo lo que puede adquirir por sí mismo o por otro; el esclavo se entrega totalmente a su amo, con todo lo que posee y puede adquirir, sin excepción alguna.
  2. El criado exige retribución por los servicios que presta a su patrón; el esclavo, por el contrario, no puede exigir nada, por más asiduidad, habilidad y energía que ponga en el trabajo.
  3. El criado puede abandonar a su patrón cuando quiera o, al menos, cuando expire el plazo del contrato; mientras que el esclavo no tiene derecho de abandonar a su amo cuando quiera.
  4. El patrón no tiene sobre el criado derecho alguno de vida o muerte, de modo que, si lo matase como a uno de sus animales de carga, cometería un homicidio; el amo, en cambio –conforme a la ley–, tiene sobre su esclavo derecho de vida y muerte, de modo que puede venderlo a quien quiera o matarlo -perdóname la comparación-, como haría con su propio caballo.
  5. Por último, el criado está al servicio del patrón sólo temporalmente; el esclavo lo está para siempre.

72 Nada hay entre los hombres que te haga pertenecer más a otro que la esclavitud. Nada hay tampoco entre los cristianos que nos haga pertenecer más completamente a Jesucristo y a su santísima Madre que la esclavitud aceptada voluntariamente, a ejemplo de Jesucristo, que por nuestro amor tomó forma de esclavo (Flp 2,7), y de la Santísima Virgen, que se proclamó servidora y esclava del Señor (Lc 1,38). El Apóstol se honra de llamarse servidor de Jesucristo (Rom 1,38; ver 1Cor 7,22; 2Tim 2,24). Los cristianos son llamados repetidas veces en la Sagrada Escritura servidores de Cristo. Palabra que -como hace notar acertadamente un escritor insigne- equivalía antes a esclavo, porque entonces no se conocían servidores como los criados de ahora, dado que los señores sólo eran servidos por esclavos o libertos.

Para afirmar abiertamente que somos esclavos de Jesucristo, el Catecismo del concilio de Trento se sirve de un término que no deja lugar a dudas, llamándonos mancipia Christi: esclavos de Cristo.

73 Afirmo que debemos pertenecer a Jesucristo y servirle no sólo como mercenarios, sino como esclavos de amor, que, por efecto de un intenso amor, se entregan y consagran a su servicio en calidad de esclavos por el único honor de pertenecerle. Antes del Bautismo éramos esclavos del diablo. El Bautismo nos transformó en esclavos de Jesucristo (Ver Rom 6,22). Es necesario, pues, que los cristianos sean esclavos del diablo o de Jesucristo.

74 Lo que digo en términos absolutos de Jesucristo, lo digo, proporcionalmente, de la Santísima Virgen. Habiéndola escogido Jesucristo por compañera inseparable de su vida, muerte, gloria y poder en el cielo y en la tierra, le otorgó, gratuitamente – respecto de su Majestad- todos los derechos y privilegios que Él posee por naturaleza: “Todo lo que conviene a Dios por naturaleza, conviene a María por gracia”, dicen los santos. De suerte que, según ellos, teniendo los dos el mismo querer y poder, tienen también los mismos servidores y esclavos.

75 Podemos, pues -conforme al parecer de los santos y de muchos varones insignes-, llamarnos y hacernos esclavos de amor de la Santísima Virgen, a fin de serlo más perfecta- mente de Jesucristo. La Virgen Santísima es el medio del cual se sirvió el Señor para venir a nosotros. Es también el medio del cual debemos servirnos para ir a Él. Pues María no es como las demás creaturas, que, si nos apegamos a ellas, pueden separarnos de Dios en lugar de acercarnos a El. La tendencia más fuerte de María es la de unirnos a Jesucristo, su Hijo, y la más viva tendencia del Hijo es que vayamos a El por medio de su santísima Madre. Obrar así es honrarlo y agradarle, como sería honrar y agradar a un rey el hacerse esclavo de la reina para ser mejores súbditos y esclavos del soberano. Por esto, los Santos Padres y luego San Buenaventura dicen que la Santísima Virgen es el camino para llegar a Nuestro Señor.

76 Más aún, si –como he dicho– la Santísima Virgen es la Reina y Soberana del cielo y de la tierra: “Al poder de Dios todo está sometido, incluida la Virgen; al poder de la Virgen todo está sometido, incluido Dios”, dicen San Anselmo, San Bernardo, San Bernardino, San Buenaventura, ¿por qué no ha de tener tantos súbditos y esclavos como creaturas hay? Y ¿no será razonable que, entre tantos esclavos por fuerza, los haya también de amor, que escojan libremente a María como Soberana? ¡Pues qué! ¿Han de tener los hombres y los demonios sus esclavos voluntarios y no los ha de tener María? ¡Y qué! ¿Un rey se siente honrado de que la reina, su consorte, tenga esclavos sobre los cuales puede ejercer derechos de vida y muerte –en efecto, el honor y poder del uno son el honor y poder de la otra–, y el Señor, como el mejor de los hijos, llevará a mal que María, su Madre santísi- ma, con quien ha compartido todo su poder, tenga también sus esclavos? ¿Tendrá El menos respeto y amor para con su Madre que Asuero para con Ester, y Salomón para con Betsabé? (Est 5,2-8; 1Re 2,19) ¿Quién osará decirlo o siquiera pensarlo?

77 Pero ¿adónde me lleva la pluma? ¿Por qué detenerme a probar lo que es evidente? Si alguno no quiere que nos llamemos esclavos de la Santísima Virgen, ¿qué más da? ¡Hacerte y llamarte esclavo de Jesucristo es hacerte y proclamarte esclavo de la Santísima Virgen! Porque Jesucristo es el fruto y gloria de María.

Todo esto se realiza de modo perfecto con la devoción de que te voy a hablar.

DEBEMOS REVESTIRNOS DEL HOMBRE NUEVO, JESUCRISTO

78 Tercera verdad. Nuestras mejores acciones quedan, de ordinario, manchadas e infectadas a causa de las malas inclinaciones que hay en nosotros.

Cuando se vierte agua limpia y clara en una vasija que huele mal, o vino en una garrafa maleada por otro vino, el agua clara y el buen vino se dañan y toman fácilmente el mal olor. Del mismo modo, cuando Dios vierte en nuestra alma, infectada por el pecado original y actual, sus gracias y rocíos celestiales o el vino delicioso de su amor, sus bienes se deterioran y dañan ordinariamente a causa de la levadura de malas inclinaciones que el pecado ha dejado en nosotros. Y nuestras acciones, aun las inspiradas por las virtudes más sublimes, se resienten de ello.

Es, por tanto, de suma importancia para alcanzar la perfección –que sólo se adquiere por la unión con Jesucristo– liberarnos de lo malo que hay en nosotros. De lo contrario, Nuestro Señor, que es infinitamente santo y detesta la menor mancha en el alma, nos rechazará de su presencia y no se unirá a nosotros.

79 Para vaciarnos de nosotros mismos, debemos, en primer lugar, conocer bien, con la luz del Espíritu Santo, nuestras malas inclinaciones, nuestra incapacidad para todo bien concerniente a la salvación, nuestra debilidad en todo, nuestra continua inconstancia, nuestra indignidad para toda gracia y nuestra iniquidad en todo lugar.

El pecado de nuestro primer padre nos perjudicó a todos casi totalmente; nos dejó agriados, engreídos e infectados como la levadura agria, levanta e infecta toda la masa en que se la pone. Nuestros pecados actuales, mortales o veniales, aunque estén perdonados, han acrecentado la concupiscencia, debilidad, inconstancia y corrupción naturales y dejado huellas de maldad en nosotros.

Nuestros cuerpos se hallan tan corrompidos que el Espíritu Santo los llama cuerpos de pecado (Rom 6,6), concebidos en pecado (Sal 51 [50],7), alimentados en el pecado y capaces de todo pecado. Cuerpos sujetos a mil enfermedades, que de día en día se corrompen y no engendran sino corrupción.

Nuestra alma, unida al cuerpo, se ha hecho tan carnal, que la Biblia la llama carne: Toda carne se había corrompido en su proceder (Gén 6,12).

Tenemos por única herencia el orgullo y la ceguera en el espíritu, el endurecimiento en el corazón, la debilidad y la inconstancia en el alma, la concupiscencia, las pasiones rebeldes y las enfermedades en el cuerpo. Somos, por naturaleza, más soberbios que los pavos reales, más apegados a la tierra que los sapos, más viles que los cerdos, más coléricos que los tigres, más perezosos que las tortugas, más débiles que las cañas y más inconstantes que las veletas.

80 Siendo ello así, ¿por qué maravillarnos de que Nuestro Señor haya dicho que quien quiera seguirle debe renun- ciarse a sí mismo y odiar su propia vida? (Mt 16,24; Mc 8,34-35) ¿Y que el que ama su alma la perderá y quien la odia la salvará? (Jn 12,25). Esta infinita Sabiduría –que no da prescripciones sin motivo– no nos ordena el odio a nosotros mismos sino porque somos extremadamente dignos de odio; nada tan digno de amor como Dios, nada tan digno de odio como nosotros mismos.

81 En segundo lugar, para vaciarnos de nosotros mismos debemos morir todos los días a nuestro egoísmo, es decir, renunciar a las operaciones de las potencias del alma y de los sentidos, ver como si no viéramos, oír como si no oyéramos, servirnos de las cosas de este mundo como si no nos sirviéramos de ellas (ver 1Cor 7,30-31). Es lo que San Pablo llama morir cada día (1Cor 15,31). Si el grano de trigo cae en tierra y no muere, queda infecundo (Jn 12,24), se vuelve tierra y no produce buen fruto. Si no morimos a nosotros mismos y si nuestras devociones más santas no nos llevan a esta muerte necesaria y fecunda, no producire- mos fruto que valga la pena y nuestras devociones serán inútiles; todas nuestras obras de virtud quedarán mancha- das por el egoísmo y la voluntad propia; Dios rechazará los mayores sacrificios y las mejores acciones que ejecute- mos; a la hora de la muerte, nos encontraremos con las manos vacías de virtudes y méritos y no tendremos ni una chispa de ese amor puro que sólo se comunica a quienes han muerto a sí mismos, y cuya vida está escondida con Cristo en Dios (Col 3,3).

 

82 En tercer lugar, debemos escoger entre las devociones a la Santísima Virgen la que nos lleva más perfectamente a dicha muerte al egoísmo, por ser la mejor y más santificadora. Porque no hay que creer que es oro todo lo que brilla, ni miel todo lo dulce, ni el camino más fácil y lo que practica la mayoría es lo más eficaz para la salvación. Así como hay secretos naturales para hacer en poco tiempo, con pocos gastos y gran facilidad ciertas operaciones naturales, también hay secretos en el orden de la gracia para realizar en poco tiempo, con dulzura y facilidad, operaciones sobrenaturales: liberarte del egoísmo, llenarte de Dios y hacerte perfecto. La práctica que quiero descubrirte es uno de esos secretos de la gracia ignorado por gran número de cristianos, conocido de pocos devotos, practicado y saboreado por un número aún menor. Expongamos la cuarta verdad –consecuencia de la tercera– antes de abordar dicha práctica.

LA ACCIÓN MATERNAL DE MARÍA FACILITA EL ENCUENTRO PERSONAL CON CRISTO

83 Cuarta verdad. Es más perfecto, porque es más humilde, no acercarnos a Dios por nosotros mismos, sino acudir a un mediador. Estando tan corrompida nuestra naturaleza -como acabo de demostrar-, si nos apoyamos en nuestros propios esfuerzos, habilidad y preparación para llegar hasta Dios y agradarle, ciertamente nuestras obras de justificación quedarán manchadas o pesarán muy poco delante de Dios para comprometerlo a unirse a nosotros y escucharnos.

Porque no sin razón nos ha dado Dios mediadores ante sí mismo. Vio nuestra indignidad e incapacidad, se apiadó de nosotros, y, para darnos acceso a sus misericordias, nos proveyó de poderosos mediadores ante su grandeza. Por tanto, despreocuparte de tales mediadores y acercarte directamente a la santidad divina sin recomendación alguna es faltar a la humildad y al respecto debido a un Dios tan excelso y santo, es hacer menos caso de ese Rey de reyes del que harías de un soberano o príncipe de la tierra, a quien no te acercarías sin un amigo que hable por ti.

84 Jesucristo es nuestro abogado y mediador de redención ante el Padre. Por Él debemos orar junto con la Iglesia triunfante y militante. Por Él tenemos acceso ante la Majestad divina, y sólo apoyados en Él y revestidos de sus méritos debemos presentarnos ante el Padre, así como el humilde Jacob compareció ante su padre Isaac, para recibir la bendición, cubierto con pieles de cabrito.

85 Pero ¿no necesitamos, acaso, un mediador ante el mismo Mediador? ¿Bastará nuestra pureza para unirnos a Él directamente y por nosotros mismos? ¿No es Él, acaso, Dios igual en todo a su Padre, y, por consiguiente, el Santo de los santos, tan digno de respeto como su Padre? Si por amor infinito se hizo nuestro fiador y mediador ante el Padre para aplacarlo y pagarle nuestra deuda, ¿será esto razón para que tengamos menos respeto para con su majestad y santidad?

Digamos, pues, abiertamente, con San Bernardo, que necesitamos un mediador ante el Mediador mismo y que la excelsa María es la más capaz de cumplir este oficio caritativo. Por Ella vino Jesucristo a nosotros, y por Ella debemos nosotros ir a Él.

Si tememos ir directamente a Jesucristo-Dios a causa de su infinita grandeza y de nuestra pequeñez o pecados, imploremos con filial osadía la ayuda e intercesión de María, nuestra Madre. Ella es tierna y bondadosa. En Ella no hay nada austero o repulsivo ni excesivamente sublime o deslumbrante. Al verla, vemos nuestra propia naturaleza. No es el sol, que con la viveza de sus rayos podría deslumbrarnos a causa de nuestra debilidad. Es hermosa y apacible como la luna (Cant 6,10), que recibe la luz del sol para acomodarla a la debilidad de nuestra vista.

María es tan caritativa que no rechaza ninguno de los que imploran su intercesión, por más pecador que sea, pues -como dicen los santos- jamás se ha oído decir que alguien haya acudido confiada y perseverantemente a Ella y haya sido rechazado. Ella es tan poderosa que sus peticiones jamás han sido desoídas. Bástale presentarse ante su Hijo con alguna súplica para que Él la acepte y reciba y se deje siempre vencer amorosamente por los pechos, las entrañas y las súplicas de su Madre queridísima.

86 Esta es doctrina sacada de los escritos de San Bernardo y San Buenaventura. Según ellos, para llegar a Dios tenemos que subir tres escalones: el primero, más cercano y adaptado a nuestras posibilidades, es María; el segundo es Jesucristo y el tercero es Dios Padre. Para llegar a Jesucristo hay que ir a María, nuestra Mediadora de intercesión. Para llegar al Padre hay que ir al Hijo, nuestro Mediador de redención. Este es precisamente el orden que se observa en la forma de devoción de la que hablaré más adelante.

LLEVAMOS EL TESORO DE LA GRACIA EN VASIJAS DE ARCILLA

87 Quinta verdad. Es muy difícil, dada nuestra pequeñez y fragilidad, conservar las gracias y tesoros de Dios, porque:

1. Llevamos este tesoro, más valioso que el cielo y la tierra, en vasijas de arcilla (2Cor 4,7), en un cuerpo corruptible, en un alma débil e inconstante que por nada se turba y abate.

88 2. Los demonios, ladrones muy astutos, quieren sorprendernos de improviso para robarnos y desvalijarnos. Espían día y noche el momento favorable para ello. Nos rodean incesantemente para devorarnos (ver 1Pe 5,8) y arrebatarnos en un momento –por un solo pecado– todas las gracias y méritos logrados en muchos años. Su malicia, su pericia, su astucia y número deben hacernos temer infini- tamente esta desgracia, ya que personas más llenas de gracia, más ricas en virtudes, más experimentadas y eleva- das en santidad que nosotros han sido sorprendidas, robadas y saqueadas lastimosamente. ¡Ah! ¡Cuántos cedros del Líbano y estrellas del firmamento cayeron miserable- mente y perdieron en poco tiempo su elevación y claridad!

Y ¿cuál es la causa? No fue falta de gracia. Que Dios a nadie la niega. Sino ¡falta de humildad! Se consideraron capaces de conservar sus tesoros. Se fiaron de sí mismos y se apoyaron en sus propias fuerzas. Creyeron bastante segura su casa y suficientemente fuertes sus cofres para guardar el precioso tesoro de la gracia, y por este apoyo impercep- tible en sí mismos –aunque les parecía que se apoyaban solamente en la gracia de Dios–, el Señor, que es la justicia misma, abandonándolos a sí mismos, permitió que fueran saqueados.

¡Ay! Si hubieran conocido la devoción admirable que a continuación voy a exponer, habrían confiado su tesoro a una Virgen fiel y poderosa, y Ella lo habría guardado como si fuera propio, y hasta se habría comprometido a ello en justicia.

89 3. Es difícil perseverar en gracia, a causa de la increíble corrupción del mundo. Corrupción tal que es prácticamente imposible que los corazones no se manchen, si no con su lodo, al menos con su polvo. Hasta el punto de que es una especie de milagro el que una persona se conserve en medio de este torrente impetuoso sin ser arrastrado por él, en medio de este mar tempestuoso sin anegarse o ser saqueada por los piratas y corsarios, en medio de esta atmósfera viciada sin contagiarse.

Sólo la Virgen fiel, contra quien nada pudo la serpiente, hace este milagro en favor de aquellos que la sirven lo mejor que pueden.

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